En este artículo describo todas las curaciones del libro de Mateo hechas por Jesús y sus apóstoles. El evangelio o el libro de Mateo (o “Mateo”) se ha atribuido desde los primeros tiempos a Mateo o san Mateo el evangelista. Fue uno de los doce apóstoles originales y se describe a sí mismo en el texto como recaudador de impuestos.
Jesús comienza su ministerio en Galilea y sana los enfermos
Jesús viajó por toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando las buenas nuevas del reino (de Dios), y sanando toda clase de enfermedades y dolencias entre la gente (Mateo 4: 23). Tengan en cuenta que no dice “algunas enfermedades” o “las enfermedades más graves”, sino todas las enfermedades y dolencias. Las noticias acerca de Jesús sanando a la gente se esparcieron hasta fuera de Israel, y la gente le traía personas sufriendo diversas enfermedades, personas que sufrían dolores, poseídas por demonios, y paralíticos, y los sanó a todos (Mateo 4: 24-25).
Una prevención para la ansiedad
Durante el Sermón del Monte, Jesús nos dice que no nos preocupemos ni estemos ansiosos (la Versión Amplificada en inglés dice perpetuamente inquietos, distraídos) (Mateo 6: 31-34). Se podría argumentar que en estos versículos también quiso decir que podríamos prevenir la ansiedad, en lugar de solo curarnos de un caso de ansiedad patológica. Creo que, si podemos sanar nuestras enfermedades, se deduce también que podemos utilizar la misma técnica para mantenernos saludables. Pero, en todo caso, lo hacemos buscando primero y más importantemente Su reino y Su justicia en lugar de preocuparnos por las cosas mundanas como la comida, la bebida y la ropa (cosas materiales). Si lo buscas, todas estas cosas materiales te serán añadidas también.
Jesús cura a un leproso mediante su fe
Después del Sermón del Monte, Jesús bajó de la ladera de la montaña y se le acercó un leproso. Le dijo a Jesús: “Señor, si quieres, puedes sanarme y dejarme limpio”. Jesús lo tocó y respondió: ” Sí quiero; ¡queda limpio!” Inmediatamente fue sanado de su lepra (Mateo 8: 1-4). Observen que el hombre se acercó a Jesús con fe y apelando a Su autoridad, diciendo “tú puedes sanarme”. No dijo “tal vez puedas sanarme” o “por favor, ¿podrías sanarme?” Esto es crucial: con fe expresó su creencia de que Jesús podía sanarlo y que tenía autoridad para hacerlo.
Casi suena un poco arrogante que este hombre le dijera a Jesús lo que podía hacer, pero Jesús no lo vio así. Lo vio como un acto de fe. Cuando reconocemos Su autoridad y cuando nos alineamos con la palabra de Dios, Él viene hacia nosotros. La fe no es un sentimiento, sino que es algo activo, que requiere nuestra acción. No le estamos diciendo al Señor qué hacer; solo estamos reconociendo lo que Él puede hacer y lo que ya ha hecho por nosotros.
La fe del centurión romano
Este es una de mis anécdotas favoritas de curaciones del libro de Mateo: la fe del centurión romano (Mateo 8: 5-13). Un centurión era un oficial del ejército romano a cargo de aproximadamente 100 soldados, un rango equivalente a un capitán de ejército en nuestros días.
Jesús va a Capernaúm, un pequeño pueblo a orillas del Mar de Galilea (un gran lago de agua dulce en Israel), cuyas ruinas he visitado. Un centurión romano se acercó a Jesús y le dijo que su criado estaba en casa paralizado y sufría de un dolor atormentador.
Jesús le respondió diciendo que iría a su casa y sanaría al sirviente como le pedía. El centurión inmediatamente le dijo a Jesús que él no quería esto porque no era digno de que Él entrara en su casa pero que, si “sólo decía la palabra”, su criado sería sanado. Continuó explicando por qué creía que Jesús tenía la autoridad para sanar solo con palabras (énfasis mío). Le dijo a Jesús que como militar también estaba bajo la autoridad (de sus superiores) y con soldados bajo su autoridad y le explicó que, si le decía a uno que fuera a algún lado, él iba, y si le decía a otro que viniera, él venía y si le decía a su esclavo que hiciera algo, lo hacía.
Una cuestión de autoridad
El centurión romano esencialmente le dijo a Jesús que, así como él tenía cierta autoridad para hacer algunas cosas como darles órdenes a sus subordinados, reconocía que Jesús tenía autoridad para realizar ciertos actos intrínsecos a su persona. Casi parece que el centurión fue grosero y arrogante, diciéndole a Jesús lo que podía o no podía hacer, pero el Señor tampoco lo tomó de esa manera en este caso.
Jesús dijo enfáticamente que nunca (hasta ese momento) había encontrado a nadie en Israel con una fe tan grande como la del centurión. No sabemos por qué el centurión era creyente y cómo había llegado a esa gran fe. No vio las palabras del centurión como insolentes, sino como una gran fe. Mi moraleja es que el Señor no se enoja con nosotros cuando le recordamos (por ejemplo, en oración) de Su autoridad y poder en su relación con nosotros, pero Él ve eso como fe en su palabra. Todo se centra en la fe.
Jesús simplemente le dijo al centurión que se haría como él había creído, ¡y la salud del criado fue restaurada a esa misma hora!
Jesús sana a la suegra de Pedro y a muchos otros
Después de eso, Jesús fue a la casa de Pedro, también en Capernaúm. Los arqueólogos creen haber encontrado y descubierto las ruinas de la casa del apóstol. También tuve el privilegio de visitar ese lugar. Allí, Jesús sanó a la suegra de Pedro que estaba enferma con una fiebre, tocándole la mano (Mateo 8: 14-15). De paso sea dicho, aquí vemos que Pedro era casado, porque no se puede tener suegra sin casarse.
Más tarde a la noche, Jesús expulsó espíritus malignos de personas endemoniadas y sanó a más enfermos (Mateo 8: 16-17). Mateo dice que lo hizo para cumplir la profecía de Isaías, que dice que el Mecías vendría para cargar con nuestras enfermedades (en la Cruz) y que gracias a su sufrimiento y sus heridas seríamos sanados (Isaías 53: 4-5). Este es un principio básico para los creyentes: Jesús vino para salvar a los pecadores (1 Timoteo 1: 15), pero también para sanarnos y darnos buena salud. ¿Pero cómo? Eso es lo que tenemos que aprender a través de la Palabra.
Jesús perdona y sana a un paralítico
En el siguiente capítulo, regresando a Capernaúm Jesús se encontró con un hombre paralítico que otros habían llevado acostado en una camilla (Mateo 9: 1-8). Vio su fe y le dijo que sus pecados habían sido perdonados. Los escribas (teólogos y registradores judíos) que estaban presentes comenzaron a hablar entre ellos, reprendiendo el poder de Jesús para perdonar pecados. Los judíos creían firmemente que perdonar pecados era solamente una prerrogativa de Dios. Jesús leyó sus pensamientos y les dijo: “¿Qué es más fácil, decir ‘tus pecados te son perdonados y la pena pagada’, o decir, ‘levántate y anda’?”
Lo que el Señor está diciendo aquí es que es mucho más convincente sanar a alguien que decirle ‘tus pecados te son perdonados’. Muchas veces, tengo la sensación de que el Señor quiere que nos arriesguemos a tener fe, que corramos el riesgo.
Inmediatamente le dijo al paralítico: “Levántate, agarra tu camilla y vete a casa”, y así lo hizo. Otra lección aquí es que el pecado puede ser una causa de enfermedad, aunque no siempre lo es. Definitivamente parece haber sido el caso aquí. Esto se repite muchas veces a lo largo de la Biblia, por lo que mantenerse alejado del pecado y arrepentirse del pecado cuando erramos o nos extraviamos es una forma segura de ayudarnos a mantenernos saludables.
Finalmente, dice que las multitudes presentes estaban asombradas por lo que vieron y glorificaron a Dios, “quien había dado tal poder a los hombres”, por lo que aquí Mateo reconoce que Jesús nos ha dado el poder de sanar, que nos viene de Él.
La mujer con el flujo de sangre
A continuación, una mujer que había sufrido de hemorragias durante doce años conoció a Jesús (Mateo 9: 20-22). En aquellos días, alguien con esa enfermedad habría sido considerado legalmente impuro, lo que significa que no podía estar en público. Ella pensó para sí misma: “Si solo puedo tocar su vestimenta exterior, seré sanada”. Jesús se dio cuenta y le dijo a la mujer que su fe la había sanado. La mujer fue sanada inmediata y completamente. No sabemos cómo ella consiguió su fe, pero veo esto como otra situación de “arriesgarse” con la fe. Nunca pensó, “tal vez si puedo tocar su vestimenta, seré sanada”. Estaba convencida de antemano, por fe, que se curaría.
La niña resusitada
Al mismo tiempo, Jesús fue a la casa de un funcionario religioso quien le dijo que viniera y pusiera las manos sobre su hija que acababa de morir (Mateo 9: 18-19; Mateo 9: 23-26). Jesús fue y se encontró con una multitud afligida y les dijo que se fueran porque la niña no estaba muerta sino dormida. Tomó a la niña de la mano y la chica se levantó milagrosamente.
Dos ciegos curados
Después de eso, dos ciegos comenzaron a seguir a Jesús y le gritaron: “¡Ten piedad y compasión de nosotros, Hijo de David (una referencia común al Mesías como descendiente de David) (Mateo 9: 27-31)!” Jesús les preguntó si creían que Él podía hacer eso, a lo que respondieron afirmativamente. Luego los sanó de su ceguera tocando sus ojos y diciendo: “Según tu fe, te será hecho”. Una vez más, se nos dice que somos sanados por Su poder, pero por nuestra fe. Obviamente, sin fe no hay curación.
Un mudo que empezó a hablar
Cuando Jesús se iba, la gente le trajo a un hombre endemoniado que no podía hablar. El demonio fue expulsado y el hombre empezó a hablar. La multitud quedó asombrada (Mateo 9: 32-33).
En el último párrafo de este capítulo (Mateo 9: 35-38), se nos recuerda que Jesús recorrió todos los pueblos y aldeas y enseñó en las sinagogas proclamando las buenas nuevas del reino, y “sanando toda enfermedad y dolencia”. Una vez más se nos recuerda que no hubo enfermedad o dolencia que Jesús no pudo o no quiso curar.
Jesús da autoridad a sus discípulos
Al comienzo del capítulo 10, Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus impuros (malignos) y para sanar toda enfermedad y dolencia (Mateo 10: 1). ¡Toda enfermedad! Más tarde nuevamente les dijo que sanaran a los enfermos, resucitaran a los muertos, limpiaran a los leprosos y expulsaran a los demonios (Mateo 10: 8). Hay que tener en cuenta que los espíritus malignos siempre van de la mano con las enfermedades. Se mencionan juntos. Creo que esto enfatiza el hecho de que las enfermedades y las dolencias provienen del mal y el malo, no de Dios.
Juan el Bautista quería saber si Jesús era el Mesías
Juan el Bautista, que estaba en la cárcel en ese momento, envió a algunos de sus seguidores a encontrarse con Jesús y preguntarle si Él era el que estaban esperando (el Mesías) o si debían esperar a otro (Mateo 11: 2-3). Jesús les dijo que le dijeran a Juan lo que estaban viendo y oyendo: que los ciegos, los cojos (incapaces de caminar), los leprosos y los sordos estaban siendo sanados y los muertos estaban siendo resucitados (Mateo 11: 5), y terminó diciendo: “Bienaventurado el que no se ofende de Mí (es decir, los que Me aceptan) (Mateo 11: 6).
Jesús sana en el Sabbat (sábado)
Más tarde, durante el Sabbat y en presencia de los fariseos que parece que lo seguían por todos lados, Jesús curó a un hombre que tenía la mano arrugada y contraída (Mateo 12: 9-14). Cuando se dio cuenta de que los fariseos estaban conspirando para matarlo, se fue. Una gran multitud lo siguió y Jesús sanó a todos los que estaban enfermos (Mateo 12: 15). Luego llevaron a Jesús a un endemoniado ciego y mudo, y también lo sanó (Mateo 12:22).
Jesús sana a varios antes de alimentar a los cinco mil
Justo antes que Jesús alimentara a cinco mil personas, se retiró en bote a un lugar solitario. La gente lo siguió, descendiendo de los pueblos cercanos (el Mar de Galilea es una depresión natural a 200 metros bajo el nivel del mar). Cuando Jesús se bajó del bote, vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos, sanando a sus enfermos (Mateo 14: 14).
Jesús sana enfermos después de caminar sobre el agua
Jesús cruzó el lago (Mar de Galilea) y cuando la gente lo reconoció, enviaron un mensaje a todo el paraje circundante y le llevaron a todos sus enfermos. Le rogaron que dejara que los enfermos tocaran el borde de su vestimenta, y todos los que lo tocaban fueron sanados (Mateo 14: 34-36).
Jesús sana a la hija de una mujer cananea
Jesús se retiró a la región de las ciudades de Sidón y Tiro (hoy están en el Líbano), donde se le acercó una mujer cananea (es decir, no judía). La mujer lo llamó Hijo de David, por lo que se entiende que tenía algún conocimiento sobre Él. Le pidió a Jesús misericordia, porque su hija estaba poseída por un demonio y sufría terriblemente. A través de una parábola, Jesús vio que ella tenía una gran fe y sanó a su hija a distancia (Mateo 15: 21-28).
Jesús sana a muchos junto al Mar de Galilea
Jesús regresó al Mar de Galilea donde milagrosamente alimentaría a cuatro mil personas. Allí curó a los cojos, a los ciegos, a los lisiados, a los mudos y a otros enfermos traídos por la gente que se había asombrado al ver a los mudos hablar, a los lisiados sanarse, a los cojos caminar y a los ciegos ver, y alabaron a Dios (Mateo 15: 30-31).
Jesús cura un niño endemoniado
Después de la transfiguración (Mateo 17: 1-13) Jesús y sus discípulos fueron hacia la multitud donde se le acercó un hombre cuyo hijo estaba poseído por un demonio. Tenía convulsiones y sufría mucho. El hombre le dijo a Jesús que había llevado a su hijo a los discípulos para curarlo, pero que ellos no habían podido. Jesús reprendió a los discípulos por su falta de fe y expulsó al demonio del niño, sanándolo. Fíjense que, según Jesús, los discípulos no pudieron curar al niño debido a su falta de fe, no porque no tuvieran el poder de curarlo (Mateo 17: 14-18).
La fe mueve montañas
Más tarde, los discípulos le preguntaron a Jesús por qué ellos no habían podido expulsar al demonio del niño. Jesús les explicó que era su falta de fe. De hecho, les explicó que si tuvieran una fe tan pequeña como una semilla de mostaza (una de las semillas más pequeñas que hay) podrían decirle a una montaña que se mueva de aquí para allá y la montaña se movería. “Nada te será imposible”, agregó (Mateo 17: 19-20). La moraleja aquí es que es nuestra fe en la acción de curar es lo que desencadena nuestra curación. Nuestros problemas, nuestras enfermedades, nuestras dolencias y cualquier otro sufrimiento son nuestras montañas.
Más allá del rio Jordán
Jesús salió de Galilea y se fue a la región de Judea (el sur del país) al otro lado del rio Jordán, donde lo siguieron grandes multitudes, y también sanó a gente en esa comarca (Mateo 19: 1-2).
Jesús sana a dos ciegos
Al salir de la ciudad de Jericó, dos ciegos estaban sentados junto al camino y le pidieron misericordia a Jesús, que les curara la ceguera. Con compasión, tocó sus ojos y de inmediato recibieron la vista, y lo siguieron (Mateo 20: 29-34).
Jesús de vuelta en Jerusalén
Jesús regresó a Jerusalén y fue al Templo donde expulsó a todos los que estaban comprando y vendiendo (los mercaderes del Templo) y volcó las mesas de los que cambiaban dinero. Allí conoció a personas ciegas y cojas y las sanó (Mateo 21: 12-14).
La fe que mueve montañas y la oración trae acción
Temprano en la mañana, Jesús pasó por una higuera que no tenía frutos y la maldijo. El árbol se secó de inmediato. Los discípulos, por supuesto, se asombraron del milagro, pero Jesús les dijo que, si tenían fe y no dudaban no solo podían hacer eso, sino que podían decirle a una montaña que se arrojara al mar y así se haría. Luego dijo que si creían (por fe) podrían recibir todo lo que pidieran en oración (Mateo 21: 20-22). Otra vez la fe que mueve montañas.
Obviamente, Jesús no quería que anduvieran ordenándoles a las montañas que se deslizaran hacia el mar, pero quiso destacar que incluso las cosas aparentemente insuperables se pueden lograr si tenemos suficiente fe. Si bien no se mencionó la curación se deduce que, para curarnos de enfermedades, primero debemos tener fe para recibir esa curación. La fe es lo que desencadena la acción de curación que se menciona una y otra vez en el Nuevo Testamento.
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