Aquí analizo todas las menciones de curaciones del libro de Marcos. Según Papías de Hierápolis, uno de los primeros escritores cristianos griegos que vivió aproximadamente entre los años 60 y 163, Marcos era un colaborador cercano de Pedro, de quien recibió la tradición de las cosas que dijo e hizo el Señor.
Jesús reprende a un espíritu maligno en Capernaúm
Jesús estaba en Capernaúm el Sabbat (sábado) enseñando en la sinagoga. Un hombre con un espíritu inmundo comenzó a gritar y a preguntar: “¿Qué negocio tienes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? ¡Sé quién eres, el Santo de Dios!” Note que el demonio reconoció quién era Jesús y sabían sobre Su autoridad. Jesús le ordenó que se callara y saliera del hombre. El espíritu inmundo puso al hombre en convulsiones y gritos, pero salió de él. Los seguidores de Jesús se asombraron al ver que los espíritus malignos le obedecían, reconociendo su autoridad. Las noticias de Jesús se difundieron rápidamente por los alrededores (Marcos 1: 21-28).
Jesús sana a la suegra de Pedro
Inmediatamente después de salir de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Simón Pedro, donde la suegra de Pedro yacía enferma con una fiebre. Lo primero que aprendemos aquí es que el apóstol Pedro estaba casado, porque no se puede tener suegra sin estar casado. Jesús la tomó de la mano y la levantó, y la fiebre la dejó (Marcos 1: 29-31).
Jesús sana a muchos
Después que se puso el sol al final del día de reposo, la gente comenzó a traerle a Jesús todos los que estaban enfermos y los que estaban bajo el poder de demonios. Jesús sanó a mucha gente que sufría de diversas enfermedades y expulsó a muchos demonios. Fíjense cómo el mal y las enfermedades siempre están fuertemente asociados (Marcos 1: 32-34).
Jesús sana a un leproso
Jesús recorrió Galilea predicando el evangelio en las sinagogas y expulsando demonios. Se le acercó un leproso y le dijo: “Si quieres, puedes sanarme”. Jesús lo tocó con la mano y le dijo: “Quiero; sé limpio.” La lepra lo dejó inmediatamente y quedó limpio y con su salud restaurada (Marcos 1: 39-42).
Jesús perdona a un paralítico y lo sana
Jesús estaba predicando en una casa en Capernaúm cuando cuatro personas se le acercaron cargando a un paralítico. No podían llegar a donde estaba Jesús, así que hicieron una abertura en el techo sobre Él y bajaron al hombre a través de ella. Jesús vio su fe y le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Aquí tenemos otra situación donde los pecados cometidos por una persona están relacionados con la enfermedad que padece esa persona (Marcos 2: 1-5).
Algunos maestros de la ley que estaban presentes se horrorizaron por lo que dijo Jesús. Los judíos en esos tiempos creían que solo Dios podía perdonar pecados. Jesús leyó sus pensamientos y los reprendió preguntándoles qué sería más fácil, decirle al hombre paralítico que sus pecados fueron perdonados o decirle que se levante y camine. Jesús agregó que el Hijo del Hombre (otro título usado en el Nuevo Testamento para el Mesías) tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (nuevamente vemos aquí el tema de la autoridad). Entonces Jesús le dijo al paralítico que se levantara, tomara su camilla y se fuera a su casa. La gente estaba asombrada y alababa a Dios (Marcos 2: 6-12).
Mi comprensión de este pasaje es que Jesús iba a perdonar los pecados del hombre paralítico, lo que efectivamente sanaría su parálisis. Cuando los maestros de la ley lo reprendieron por decir algo que no creían que nadie pudiera hacer sino Dios, les explicó que al curarlo de esta manera se estaba arriesgando. Nadie puede ver si los pecados de alguien son perdonados o no. Es intangible, pero cualquiera puede ver fácilmente si alguien fue sanado instantáneamente. Creo que el Señor quiere que nos arriesguemos primero (a creer) porque es este tipo de fe lo que desencadena la curación. La fe es siempre una acción, no un sentimiento.
Más tarde, Jesús estaba cenando con pecadores y recaudadores de impuestos (los recaudadores de impuestos trabajaban para Roma, y como tales eran odiados por los judíos de aquellos días), y nuevamente fue reprendido por los fariseos. Cuando Jesús escuchó lo que decían, les dijo: “No son los sanos los que necesitan un médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores (Marcos 2: 15-17).” Aquí vemos de nuevo esa estrecha asociación entre el pecado y la enfermedad.
Jesús sana nuevamente en el Sabbat
Era el Sabbat, el día de descanso y de oración. Jesús entró en una sinagoga el sábado y se encontró con un hombre con una mano atrofiada. Le ordenó al hombre que pasara al frente y luego preguntó a la gente que lo rodeaba si era lícito hacer el bien (curar) o hacer el mal el sábado. Todos guardaron silencio por lo que ordenó al hombre que extendiera la mano y lo curó (Marcos 3: 1-5).
Jesús sana a muchos a orillas del mar de Galilea
Jesús se retiró al mar de Galilea y pidió a sus discípulos que prepararan una barca, para poder mantenerse alejado de la gente que se agolpaba en la orilla. Estaba sanando a muchos y los que tenían enfermedades querían acercarse a Él y tocarlo. Aquí Marcos nos dice que cada vez que los espíritus malignos veían a Jesús, se postraban ante Él y decían: “¡Tú eres el Hijo de Dios! Nuevamente, encontramos esta estrecha asociación entre la enfermedad y el mal (Marcos 3: 7-12). Creo que estoy empezando a entenderlo ahora.
Desde la comarca de los gerasenos (del otro lado del rio Jordán), donde libró a un hombre de varios espíritus inmundos, Jesús va al otro lado del lago y se encuentra con una gran multitud. Allí, un funcionario de la sinagoga le dice a Jesús que su hija está al borde de la muerte. Le pide que vaya a su casa y ponga sus manos sobre su hija y la sane. Jesús fue con él (Marcos 5: 21-24).
Inmediatamente, una mujer que sufría hemorragias por doce años (probablemente un tipo de hemofilia) se acercó a Jesús por detrás y tocó Su vestimenta. Marcos nos dice que ella había pensado que si tan solo pudiera tocar Su manto se recuperaría. No sabemos cómo adquirió esa fe, pero fue sanada inmediatamente del flujo crónico de sangre. Jesús percibió que el poder había brotado de Él y preguntó: “¿Quién me tocó?” La mujer temió, pero le dijo la verdad. Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha devuelto la salud; ve en paz y sé sana de tus sufrimientos (Marcos 5: 25-34)”. Aquí tenemos otro ejemplo donde Jesús le dice a la persona enferma que fue su fe la que la sanó.
Mas tarde, alguien vino de la casa de Jairo, un funcionario de la sinagoga, y le dijo a Jesús que su hija había muerto. Jesús le dijo que no tuviera miedo y que solo tuviera fe. Jesús fue a su casa y encontró a la gente llorando y lamentándose en voz alta. Les dijo que el niño no estaba muerto, sino dormido. Entró a la casa y tomó la mano de la niña, ordenándole que se levantara. La niña, que tenía doce años, se levantó de inmediato y comenzó a caminar. Jesús les dijo a sus parientes que no le dijeran a nadie sobre esto, sino que le dieran algo de comer (Marcos 5: 35-43). A veces me pregunto por qué Jesús dio órdenes estrictas de no decirle a nadie después de haber realizado un milagro.
Enseñanza y curación en Nazaret
En el capítulo 6, Jesús fue a su ciudad natal de Nazaret, donde impuso las manos sobre algunas personas y las sanó, pero la gente lo rechazó. Aquí es donde Jesús pronunció el famoso dicho, que un profeta tiene honor excepto en su propio pueblo, entre sus parientes, y en su propia casa (o como repetíamos en mi casa desde chico, nadie es profeta en su tierra). Se maravilló de su incredulidad, demostrando una vez más que se puede tener fe e incredulidad al mismo tiempo que contradice la fe (Marcos 6:1-6).
Los doce apóstoles son enviados a predicar
Más tarde, Jesús envió a sus discípulos como mensajeros, predicadores, y les dio autoridad y poder sobre los espíritus malignos (Marcos 6: 7). Salieron y predicaron el arrepentimiento de los pecados y “echaban fuera muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban” (Marcos 6: 12-13). Otra mención de la asociación entre la enfermedad y los malos espíritus.
Curación en Genesaret
Más tarde Jesús y los discípulos llegaron a la tierra de Genesaret, donde la gente lo conocía, y comenzaron a llevar a los enfermos en sus camas para que lo tocaran, aunque solo fuera el borde de su manto. Todos los que le tocaban eran sanados (Marcos 6:53-56).
La curación de la hija de la mujer sirofenicia
Jesús fue a la región de la ciudad de Tiro. Una mujer sirofenicia (una moradora de la región cerca de Tiro y Sidón, en el Líbano moderno), gentil, cuya hija pequeña tenía un espíritu inmundo, oyó hablar de él. Encontró a Jesús y cayó a sus pies, pidiéndole que sacara el demonio de su hija. Jesús le dijo que Él estaba allí primero para los hijos de Israel. Ella respondió que incluso los perros domésticos (una comparación con los no judíos) debajo de la mesa comen las migajas de los niños. Por su humilde respuesta y su fe, Jesús le concedió su pedido y le dijo que el demonio había dejado a su hija.
Cuando regresó a su casa, encontró a su hija relajada y bien y el demonio se había ido. Veo dos cosas en esta historia: primero, nuevamente vemos la estrecha asociación entre los malos espíritus y las enfermedades; segundo y más importante, las notas al pie del comentario de la Versión Amplificada en ingles dicen que “prefigura el hecho de que los creyentes gentiles no estarán espiritualmente sin hogar, sino que también serán bienvenidos en la casa de Dios como hijos Suyos. La respuesta llena de gracia de la mujer registrada en el versículo 28 confirma que en algún nivel ella entendió esto (Marcos 7: 24-30).”
Jesús cura a un hombre sordomudo
Estando Jesús en la región de Decápolis (las diez ciudades helenísticas de las actuales Jordania, Siria e Israel), le trajeron un sordomudo, y le rogaron que le impusiera las manos encima. Jesús, metió los dedos en los oídos del hombre y, después de escupir, tocó la lengua del hombre con su saliva. Le restauró la audición y su habla. Jesús le dijo a la gente que no le dijeran a nadie, pero lo hicieron de todos modos porque estaban asombrados por la curación (Marcos 7: 31-37).
La incredulidad es mala para la salud
Jesús y sus discípulos fueron al distrito de Dalmanuta, donde aparecieron los fariseos y comenzaron a discutir con Él. Debido a la incredulidad de ellos, le exigieron a Jesús que les diera una señal del cielo (Marcos 8:11). Esto es una cosa que nos afecta a todos, porque muchos estamos refrenados por la incredulidad. Estamos expresa o tácitamente esperando siempre una señal del cielo. Jesús les preguntó: “¿Por qué esta generación demanda una señal? Inmediatamente les dijo: “¡No se dará señal a esta generación (Marcos 8: 12-13)!” En asuntos de fe e incredulidad el Señor siempre quiere que nos arriesguemos y creamos antes de que lleguen las señales del cielo ¡Entonces obtendremos los resultados!
Un ciego fue sanado en Betsaida
Jesús y sus apóstoles llegaron a Betsaida. Allí algunas personas trajeron un ciego y le rogaron que lo tocara (que impusiera Sus manos sobre él). Jesús lo sanó y le devolvió completamente la vista, y luego le dijo que se fuera a su casa pero que ni siquiera entrara al pueblo (Marcos 8: 22-26). Me ha desconcertado el hecho de que Jesús, cuando sanó a alguien, a menudo le pedía a la gente que no se lo contara a nadie.
Un niño mudo que también sufría de convulsiones y ataques fue sanado
Este es un pasaje notablemente interesante. Nos muestra que la incredulidad y la fe son dos cosas muy distintas. Podemos tener una medida de fe que sea suficiente para sanarnos, pero si tenemos algo de incredulidad, puede contrarrestar y actuar en oposición a nuestra fe.
Un hombre trajo a su hijo que estaba poseído por un espíritu que le impedía hablar, y que también sufría de convulsiones y ataques. El hombre dijo que los discípulos no habían podido expulsar al espíritu del muchacho. Jesús los reprendió diciendo: “Oh generación incrédula, ¿cuánto tiempo estaré con vosotros? ¿Cuánto tiempo tendré que aguantarte? ¡Traédmelo! (Marcos 9: 17-19)”
Trajeron al niño a Jesús y el padre le dijo: “… pero si puedes hacer algo, ¡ten piedad de nosotros y ayúdanos!” Jesús le dijo: “¿Si puedes? ¡Todo es posible para el que cree y confía!” El hombre respondió diciendo: “Sí creo; ayuda mi incredulidad”. Jesús ordenó al espíritu que saliera del niño y nunca más entrara en él (Marcos 9: 20-25).
Más tarde, sus discípulos comenzaron a preguntarle en privado por qué no podían ellos expulsar el espíritu ellos mismos. Jesús les dijo: “Esta especie [de espíritu inmundo] no puede salir sino con la oración (Marcos 9: 28-29)”.
Los últimos dos versículos parecen sugerir que algunos espíritus inmundos (y las enfermedades que causan) requieren un tratamiento especial, pero me queda claro que esto era un problema de incredulidad. El padre del niño obviamente tenía fe, de lo contrario no habría llevado a su hijo a Jesús. Los discípulos obviamente también tenían fe. Entonces, la fe no era el problema; fue incredulidad. “Todo es posible para el que cree y confía”, dijo el Señor.
Bartimeo recibe su vista
Jesús salió de Jericó con sus discípulos cuando un mendigo ciego llamado Bartimeo estaba sentado junto al camino. Gritó: “¡Jesús, hijo de David (otro título para el Mesías, que se predijo que descendería del rey David), ten piedad de mí!”. Luego repitió su llamado a Jesús. Jesús dijo: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego dijo: “Rabboni (un título judío de respeto para alguien que es un instructor, una persona culta), déjame recuperar la vista”. Jesús le dijo: “Ve, tu fe te ha sanado”, y fue curado de su ceguera. Note que Jesús dijo que fue su fe (la versión Amplificada en ingles dice, “y la confianza en Su poder”) lo que lo sanó (Marcos 10: 46-52).” Al fin y al cabo, nuestra fe gatilla la curación.
Háblales a tus montañas (tus problemas, tu salud)
Jesús y los discípulos estaban en camino cuando le dio hambre. Vio una higuera y fue a ver si tenía frutos, pero no había más que hojas, porque no era época de higos. Jesús le dijo: “¡Nadie volverá a comer fruto de ti!”. Los discípulos escuchaban atentos lo que decía (Marcos 11:12-14).
A la mañana siguiente, volvieron a pasar junto a la higuera y los discípulos vieron que se había secado desde la raíz hacia arriba. Pedro le dijo a Jesús: “Rabino, ¡mira! ¡La higuera que maldijiste se ha secado!” Jesús respondió: “Ten fe en Dios. Les aseguro y les digo muy solemnemente, cualquiera que le diga a esta montaña: “¡Levántate y arrójate al mar!”, y no duda en su corazón (en el poder ilimitado de Dios) sino que cree que lo que dice va a suceder, le será hecho (de acuerdo con la voluntad de Dios)”. Luego añadió: “Por eso les digo que todo lo que pidan en oración, crean que lo han recibido, y les será dado (Marcos 11:20-24)”.
Obviamente, el Señor no quiere que andemos tirando montañas al mar sin una buena razón. No es la voluntad de Dios que hagamos eso. Sin embargo, las enfermedades que nos afectan son algunas de las montañas en nuestra vida a las que debemos hablar. Entonces, ¿cómo le hablamos a nuestras “montañas”?
Jesús añadió: “Cuando estén orando, perdonen si tienen algo contra alguien, para que también el Padre que está en los cielos los perdone a ustedes sus transgresiones y sus iniquidades. Pero si ustedes no perdonan, tampoco su Padre que está en los cielos les perdonará sus transgresiones (Marcos 11:25-26).” Creo que es significativo que Jesús esencialmente siguió la lección de la higuera con esta declaración. Nos está diciendo que será muy difícil hablarle a nuestra montaña si tenemos una falta de perdón en nuestra vida.
La gran Comisión
Después de la crucifixión y la resurrección, Jesús se apareció a los once discípulos restantes (Judas estaba muerto) y les dijo que predicaran el evangelio en todos lados. También les dijo que todo aquel que creyera y fuera bautizado, será salvo; pero el que no creyera, será condenado. Inmediatamente dijo: “Estas señales acompañarán a los que hayan creído: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán nuevas lenguas, tomarán serpientes con las manos, y si bebieren algo mortífero, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y sanarán (Marcos 16:14-20).” Note que Jesús no solo comisionó a sus once discípulos restantes, sino que también declaró las señales que acompañarían a aquellos que creen (es decir, a nosotros), incluyendo imponer las manos sobre los enfermos y sanarlos. Es claro que imponer las manos y sanar enfermos es parte de la gran Comisión.
Algunas personas piensan que la imposición de manos sobre los enfermos es práctica de algunas denominaciones cristianas marginales, pero Jesús dijo que esto sería una señal de “aquellos que han creído”. ¿Por qué los católicos y tantas denominaciones protestantes no practican la imposición de manos sobre los enfermos para curarlos?
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