Aquí analizo todas las curaciones del libro de Juan. Es el último de los cuatro evangelios canónicos, escrito por Juan el Apóstol (o San Juan el Amado) quien fue uno de los Doce Apóstoles de Jesús según el Nuevo Testamento. Generalmente se le conoce como el apóstol más joven y era el hermano de Santiago, que era otro de los Doce. Vean todo lo que anotó sobre las curaciones.
El Evangelio de Juan contiene en sus páginas lo que se ha llamado el Libro de las Señales (milagros). Juan usa estos milagros o eventos extraordinarios para revelar al Mesías. En sus propias palabras, “estas han sido escritas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre (Juan 20: 31)”. Cuatro de estos signos pertenecen a la categoría de la curación de los enfermos o la resurrección de los muertos (la máxima curación, en mi opinión).
Curación del hijo del oficial real en Capernaúm
Jesús fue a Caná de Galilea (en este lugar había previamente convertido agua en vino en una fiesta de bodas). Allí conoció a un oficial real cuyo hijo estaba enfermo en Capernaúm. El hombre le dijo que viniera y sanara a su hijo, que estaba a punto de morir.
Jesús le dijo: “Ve, tu hijo vivirá”. El hombre le creyó y se fue. De camino a casa, sus sirvientes lo encontraron y le dijeron que su niño estaba vivo, por lo que les preguntó a qué hora se había recuperado el niño. Le dijeron la hora del día en que se le había ido la fiebre. El padre se dio cuenta de que era la misma hora en que Jesús le había dicho: “Tu hijo vivirá”. Entonces el oficial y toda su casa creyeron (Juan 4: 46-54). Esta fue la segunda señal.
Curación del paralítico en Betsaida
Jesús fue a Jerusalén durante una fiesta judía. Cerca de la Puerta de las Ovejas en Jerusalén había un estanque llamado Betsaida. Cerca del estanque había siempre varios enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. La gente creía que, de vez en cuando, cuando el agua del estanque se movía, supuestamente por la acción de un ángel, el primer enfermo que entraba después de que se agitaba el agua, se recuperaba de su enfermedad.
Allí había un hombre que había estado paralítico durante 38 años. Jesús lo encontró y le preguntó si quería curarse. El hombre explicó que no tenía a nadie que lo ayudara y que cuando el agua se agitaba, siempre alguien se le adelantaba. Jesús le dijo: “¡Levántate, toma tu camilla y anda!”. El hombre se curó instantáneamente, recogió su camilla y comenzó a caminar.
Era el Sabbat, y los judíos le dijeron al hombre que era ilegal que recogiera su camilla. Él respondió que el hombre que lo había curado le había dicho que tomara la camilla y caminara. Le preguntaron quién era el hombre, pero Jesús ya había desaparecido entre la multitud. Más tarde, Jesús encontró al hombre sanado en el complejo del templo y le dijo: “Mira, estás bien. No peques más, para que no te suceda algo peor. El hombre fue y les dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado (Juan 5: 1-15). Esta fue la tercera señal. Noten que aquí vemos de nuevo una asociación entre el pecado y la enfermedad.
Luego de este evento, Jesús cruzó el Mar de Galilea y Juan nos cuenta que una gran multitud lo seguía porque veían las señales que hacía al sanar a los enfermos (Juan 6: 1-2).
Curación de un hombre ciego de nacimiento
Jesús se cruzó junto a un hombre ciego de nacimiento. Los discípulos preguntaron: “Rabino, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?” Jesús respondió que ni el hombre ni sus padres habían pecado, y que su ceguera se había producido para que las obras de Dios se manifestasen en él. Los judíos creían que, si a alguien le pasaba algo malo, como contraer una enfermedad, era causada por un pecado cometido por esa persona, o por sus padres o abuelos. Jesús rechazó ambas alternativas y simplemente lo vio como una oportunidad para hacer la obra de Dios.
Luego Jesús escupió en el suelo para hacer un poco de barro con la saliva y puso el barro en los ojos del ciego. Entonces le dijo que fuera y se lavara en el estanque de Siloé. Cuando lo hizo, recobró la vista. Esta fue la sexta señal (Juan 9: 1-12).
Lázaro muere en Betania
Un amigo de Jesús llamado Lázaro y sus dos hermanas, María y Marta, vivían en el pequeño pueblo de Betania, a un par de millas (un poco más de tres kilómetros) al sureste de Jerusalén. Lázaro se enfermó y sus hermanas le enviaron un mensaje a Jesús, que estaba en el camino. Cuando Jesús escuchó el mensaje, dijo: “Esta enfermedad no terminara en muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”, y se quedó un par de días más donde estaba (Juan 11: 1-7). Jesús obviamente estaba planeando devolverle la vida a Lázaro y dar un ejemplo sobre la resurrección en general.
Luego, Jesús regresó a Judea y cuando llegó a Betania, descubrió que Lázaro había estado en la tumba durante cuatro días. Marta le dijo a Jesús que si Él hubiera estado allí a tiempo, Lázaro no habría muerto (imagínense decirle eso a Jesús), pero Jesús le dijo que Lázaro resucitaría.
Marta dijo: “Yo sé que resucitará en la resurrección en el último día”, pero Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en Mí, aunque muera, vivirá. Todo el que vive y cree en Mí nunca morirá, jamás. ¿Crees tu esto?” Marta dijo: “Sí, Señor, creo que eres el Mesías, el Hijo de Dios, que viene al mundo (Juan 11: 17-27)”. Esta es una de las descripciones más claramente escritas en la Biblia de quién es Jesús y qué vino a hacer.
Jesús resucita a Lázaro
Juan escribió que Jesús lloró por Su amigo Lázaro y estaba enojado. Esta es una palabra muy fuerte en el texto griego original que probablemente significa que Jesús estaba enojado contra la tiranía del pecado y la muerte de este mundo. Entonces Jesús fue a la tumba de Lázaro, que era una cueva, y les dijo que quitaran la roca que cubría la entrada. Marta le advirtió que Lázaro había estado muerto durante cuatro días, pero Jesús le dijo: “¿No te dije que si crees verás la gloria de Dios?” Entonces Jesús gritó a gran voz: “¡Lázaro, sal afuera!” El muerto salió atado de pies y manos con tiras de tela de lino y con el rostro envuelto en un paño, parte de los rituales funerarios de aquella época en Israel. Jesús les dijo: “Desátenlo y déjenlo ir”. (Juan 11: 33-44).
Resucitar a Lázaro de entre los muertos fue una ilustración de la resurrección de los muertos y la vida eterna, y la séptima señal del libro de Juan. También fue la máxima curación, hacer que alguien esté bien incluso después de la muerte.
Deja un comentario